Viernes Santo. Pasión del Señor.


La oración que abre la celebración de hoy nos sitúa en el corazón del misterio que celebramos: "Jesucristo instituyó por medio de su sangre el misterio pascual". Como comunidad de discípulos de Jesús, nos reunimos para hacer memoria de la dimensión de humillación y dolor del misterio de la Pascua cristiana. En el centro de la celebración está Jesús, que fue apresado como un malhechor; juzgado y condenado como un blasfemo; ridiculizado y azotado como un esclavo; ejecutado en la cruz como un bandido. Como recuerda Pablo en la carta a los fieles de Filipos: "Se humilló, llevando su obediencia hasta la muerte de cruz". La memoria de Jesús muerto y sepultado la hacemos leyendo la Palabra de Dios, que nos ofrece las claves del misterio que celebramos; con la oración universal; con la veneración de la cruz, en la que Jesús nos reveló su amor hasta dar la vida; y la comunión con este Jesús, que entregó la vida por nuestra salvación.


Porque expuso su vida a la muerte, rehabilitó a todos.

El cuarto "cántico del Siervo" del segundo Isaías, afronta con gran realismo el sufrimiento y el rechazo de que es objeto por parte de los adversarios, hasta la victoria final. Aunque sigue sin determinarse la identidad del siervo, aparece claro el sufrimiento que tiene que soportaren su propia carne como consecuencia de la injusticia. Curtido en el dolor; desfigurado en su presencia y en su belleza, "no parece hombre". Fue arrancado físicamente de la tierra de los vivos; le dieron sepultura entre los malvados.

Su dolor no fue en vano: "Con sus cicatrices hemos sido sanados". El siervo ¡nocente, al final verá la luz; rehabilitará a muchos, "porque cargó con los pecados de todos, e intercedió por los pecadores" (Is 53,12). No es difícil adivinar la presencia de los "cánticos del siervo" en los relatos de la pasión de Jesús, que nos han transmitido los evangelistas. Aquí se pone nombre al siervo: Jesús de Nazaret. Su pasión y su muerte son interpretadas en clave de salvación. En labios de Jesús pone Marcos estas palabras: El Hijo de! hombre "vino a dar la vida en rescate por muchos" (Mc 10,45). Su final tampoco fue un fracaso: "Luego de tres días resucitará" (Mc 10,34).


Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré.

La liturgia propone hoy la lectura de la pasión en la versión que nos ofrece san ! Juan. Su relato es una mezcla de información histórica y mensaje teológico. El evangelista ubica la pasión y muerte de Jesús en la "hora de pasar del mundo al Padre", como trance necesario.

La pasión es el segundo paso en el "camino de gloria". Momentos antes de salir con los discípulos camino de la "vía dolorosa", Jesús nos ofrece las claves de la lectura: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo" (Jn 171). En esta clave tenemos que leer hoy la pasión de Jesús que nos ofrece san Juan. Discurren paralelos, el dolor y la humillación del siervo que lava los pies; y el Señor que tiene autoridad sobre los poderosos de este mundo y sobre la muerte. Se trata de la "gloriosa pasión de nuestro Señor Jesucristo". Este contraste aparece en varios momentos del relato. Los que apresan a Jesús como a un bandido, son los que caen por tierra al oír: "Yo soy". A la entronización burlesca de los soldados, responde la proclamación de Jesús: "Yo soy rey"; y la presentación solemne de Pilato: "Aquí tienen al rey de los judíos"; ratificada por el letrero que ponen sobre la cruz. La verdadera entronización se produce al ser elevado en la cruz: "Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).


Miren el árbol de la cruz

Un momento importante de la celebración litúrgica de hoy es la veneración de la cruz. Para los discípulos de Jesús, la veneración de la cruz tiene el mismo sentido que la lectura de la pasión de san Juan. Lo refleja la aclamación que la acompaña: "El leño de la cruz donde estuvo colgado el Salvador del mundo". "El cual llevado a la consumación, se ha convertido para todos en autor de la salvación" (Heb 5,9). Los discípulos de Jesús rechazamos la cruz, en cuanto instrumento cruel de suplicio. La cruz la veneramos, en cuanto que es el signo donde Jesús entregó la vida para salvación del mundo. Es el signo que mantiene viva la memoria de que Jesús amó hasta entregar la vida. Veneramos, celebramos al que tuvo el gesto de amar de esta manera: Jesús de Nazaret. Lo que es glorioso no es la cruz, sino aquel que mostró su amor a la humanidad desde la cruz.


Cristo padeció por ustedes, sigan sus huellas.

Sería bueno, que hoy hiciéramos memoria de la muerte de Jesús, celebrando la eucaristía. Desde hace ya muchos siglos esto no es así: en el lenguaje popular diriamos que no queremos celebrar en el altar lo que Jesucristo en este día celebra en la cruz. Pero si podemos participar de su muerte salvadora recibiéndolo en la comunión. Hoy significa "comulgar con aquel que dio la vida por la salvación de todos". Jesús "no ha sido insensible a nuestras debilidades": "fue probado como nosotros" (Heb 4,14). Comulgar con Jesús humillado, maltratado, muerto, significa tomar sobre nuestros hombros las cruces de muchas personas, que como Jesús son injustamente condenadas, violentamente agredidas por los amos del poder, y en muchos casos vilmente asesinadas. De esta forma, entramos en ¡a dinámica liberadora de la muerte de Jesús, y colaboramos a que muchas personas resuciten a una vida feliz. No existen dos caminos: "vía crucis" y "vía de luz". Uno es el camino, con estación fuerte en el Gólgota, pero con reinicio glorioso tras el final feliz al alborear de Pascua. Como pionero, Jesús fue el primero en hacer todo el camino. A nosotros sus discípulos nos toca seguir ahora sus huellas.

Reflexión:
¿Estás dispuest@ a seguir
las huellas del Señor?


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